Con patria pero sin amo: Diálogo abierto con María Elena Llana (página 2)
Me mantengo ajena a las coyunturas, de cualquier tipo que
sean, y mis temas reflejan siempre inquietudes personales. Me
interesaban esos aspectos de la realidad sumergidos por el
tremolar de las plazas. Porque el devenir no es una playa donde
una ola barre todo lo que se había escrito en la arena y
deja el terreno limpio para volver a escribir; al contrario, es
un tremendo proceso de
amalgamas y convivencias. De cierta forma los remanentes de la
pequeña burguesía fueron historias sobre las que se
escribieron otras historias, pero no se podían borrar los
originales porque, tercamente, estaban ahí.
Coexistían, eran parte de la vida cotidiana, de su
pequeña o gran tragedia, y también de su
afán. Venían a ser como los desheredados del nuevo
sistema. Y si
antes estudié una carrera con vocación de servicio, en
el momento en que los pobres de la tierra
ocupaban su lugar bajo el sol, me
sentí inclinada a orear a los vencidos, a escrutar sus
recalcitrancias con benevolencia, a acompañarlos un poco
en el tránsito a la extinción, como la enfermera
que le sostiene la mano al enfermo terminal. Incluso, cuando
utilizo la ironía o la sátira, estas no son
lacerantes pues hace ya algún tiempo
Platón
dijo algo así como que "la burla incisiva revela el
desconocimiento de lo humano", y si mi propósito es lograr
personajes convincentes, en ese caso, yo estaría por
debajo de ellos.
Algunas escritoras, así como cierta parcela de la
crítica
feminista, aseveran que el mero hecho de ser mujer condiciona
una escritura
"femenina", en contraposición a una escritura "masculina",
ambas mutuamente excluyentes. Más allá de que en el
conjunto de su obra no percibo una voluntad de género,
sí predominan los personajes femeninos y situaciones
recreadas en el ámbito doméstico. ¿Esto se
relaciona directamente con su condición de mujer? Si es
así, ¿hasta qué punto? ¿No cree que
ese esencialismo feminista al que me refería, dictamina de
por sí una autosegregación que reafirma el
tradicional discurso
androcéntrico?
Como mujer, mis experiencias deben ser más femeninas
que masculinas pero eso es algo que se da ajeno a mi voluntad. El
ámbito doméstico de mi infancia fue
muy fuerte y bien definido por el matriarcado. Crecí en la
tradicional familia
hispanocubana de catolicismo sin curas, tías solteronas
–y vírgenes, que es lo peor–, madres de un
solo novio y un solo esposo, y abuelas autoritarias y veneradas.
Los hombres trabajaban, las mujeres gobernaban la casa. Era un
orden perfecto del cual me salí tan pronto pude, pero que
me capacitó para ser mujer y hombre al
mismo tiempo; trabajando y gobernando mi propia casa, pariendo y
cortando caña –bueno, apilándola–
porque esa fue la época que me tocó, y que
incluyó ser miliciana cuando nos invadieron en el 61 y
cuando nos iban a tirar la bomba en el 62. Y después, ser
profesora de periodismo en
Angola, en el 87, y regresar con mi medalla de Internacionalista,
un redondel de calamina con una banderita cubana que siempre me
ha conmovido, por la inmensa carga humana que lleva
implícita; y en esto no hablo por mi circunstancia
personal que,
como la de muchos, no fue frente a la metralla o esquivando las
minas. Me tocó estar allí, en Luanda, cuando las
fuerzas militares se aprestaron a acometer lo que, por la
situación política del
país, no era difícil identificar como la ofensiva
final y llegaban los primeros partes de Cuito Cuanavale. Me
parecía que estaba adquiriendo vivencias para otra fase de
mi literatura,
pero nunca he podido hacerlo, como si no acabara de sedimentarse.
Lo que he leído sobre el tema me ha parecido o
amaneradamente retórico o, de alguna forma, insincero,
experiencias extrapoladas, porque no se podía estar en
Angola y no sentir la remezón que producen las situaciones
límites. Para los militares era parte de su
elección de vida, para mí –tal vez la
más tonta de todos– era doloroso que un estudiante
no respondiera al pase de lista porque lo habían
movilizado y movilizarse allí no era ir a un ejercicio
sino a la guerra. O, de
pronto, toparme con una ambulancia llena de cadáveres
envueltos en las mismas sábanas, ya un poco
desteñidas, que en Cuba
comprábamos por la libreta de racionamiento. Y
también llegar al gran cementerio civil y ver, solitaria,
lánguida, nuestra bandera ondeando sobre la tumba de
Díaz Argüelles. Todo era muy tenso. Todo hablaba
hacia muy adentro.
Volviendo al tema, a esa "voluntad de género" le temo
un poco como a los atajos, pues en ambos pueden agazaparse
alimañitas y asideros extraliterarios. Creo que el
género se manifiesta volitivamente, y en el reto que sin
duda es el feminismo no
hay palabras que sustituyan al ser y al hacer. Hay mucha
más voluntad reivindicadora en decir que una mujer
crió a sus hijos lavando ropa que lloriquear por la ropa
que tuvo que lavar porque era una sociedad
hostil.
Los esencialismos se me parecen a los fundamentalismos y me
considero poco dogmática en general. La
autosegregación me resulta más ridícula
aún que la segregación, y como tú mismo
señalas, acaba reafirmándole el discurso a los
másculos, ese feliz antónimo de "féminas",
acuñado por Mirta Yánez, en quien reconozco una
voluntad feminista sincera y productiva en el plano literario a
partir de la antología Estatuas de sal. Puedo
añadir que esa autosegregación es un escondite
cómodo, una forma de eternizar el puesto ante el
fogón por miedo a las armas… de
fuego.
En los últimos años ha brotado con fuerza
indiscutible un amplio grupo de
mujeres a lo largo de todo el país que se dedica a la
literatura. ¿A qué cree que se deba este auge?
¿Qué piensa de la obra producida por estas
escritoras?
Sin duda había una cierta maligna nebulosa tendida
sobre las prosistas y, felizmente, el mejor empeño
feminista vino a descorrer el velo respecto a las que ya
veníamos escribiendo desde los años sesenta. El
auge es lógico en una sociedad donde cada vez hay
más mujeres letradas y profesionales en todos los
aspectos. En cuanto a lo que hasta ahora se ha producido, es de
variado matiz, desde lo muy bueno hasta lo que promete y vamos a
ver si cumple, pero lo importante es que exista y que pueda
decantarse por sí mismo, no porque las furias –o los
furios– les soplen en contra. En esto creo que el fallo
definitivo no lo veremos; estamos en el vórtice. Los
futuros estudiosos del tema tendrán mucho donde espigar
pues, además de los libros
personales, la floración de la antología
está siendo abundante. Dondequiera hay mujeres que quieren
conocer y dar a conocer a las mujeres de la Isla, donde estamos
coincidiendo desde las que comenzamos a publicar en los sesenta
hasta nombres como los de Ena Lucía Portela, que hizo una
irrupción apabullante en los noventa, y Gleyvis Coro, un
producto de
este siglo cuya primera novela
ganó el Premio UNEAC. Mujeres de veni, vidi,
vinci. Hay muchas, por supuesto, a todo lo largo y estrecho
del país, pero no quiero hacerte una guía social,
ni mucho menos telefónica.
Hablemos de Casas del Vedado. Existe el consenso
general de que es su obra paradigmática y una de las
más significativas de la década del ochenta del
pasado siglo. Resulta loable la sólida coherencia
temática y formal que recorre desde "El gobelino" hasta
"Claudina", el primer y último cuentos
respectivamente. ¿Cómo concibió este
libro?
¿Qué representa dentro de su trayectoria literaria?
¿Qué importancia le concede al Premio de la
Crítica que le valió esta joya de nuestra narrativa
breve?
En primer lugar, debo agradecerte el elogio. Después,
decirte que me agobia eso del pasado siglo y, sobre todo, que me
molesta su paradigmatismo pues es como si, a partir de entonces,
me hubiera dormido en los laureles. Y no es así.
Después de Casas. he seguido buscando y
también logrando. Pero es un libro al que le agradezco una
especie de "consolidación", un tenerme en cuenta, cuando
aún ese movimiento de
rescate de la mujer literata
no se había producido. Lo concebí en la soledad y
el aislamiento, en el momento en que las editoriales fueron
inundadas de machetes, tuercas y fusiles y se valoraba a los
supuestos "duros", en un paradójico y a la vez
típico movimiento de complacencia hemofílica, o
androcéntrica, como tú dirías. Y yo,
justamente, no solo quería escribir sobre otros temas sino
que, por naturaleza,
rechazo los rediles, cualquiera que sea el precio a
pagar. Corría el riesgo de nunca
ver publicados mis cuentos, pero el placer de escribirlos no me
lo quitaba nadie. Y si bien no me rompí la cabeza en la
estructura de
Casas. como libro, sí pensé
deliberadamente cómo debía comenzar y cómo
terminar, con qué palabras exactamente debía
cerrarlo, algo que, por azares de la computación, se alteró al incluirlo
en la antología Casi todo. No obstante, pese a la
época tétrica en que lo escribí, felizmente
Casas. se publicó y ganó el Premio de la
Crítica que, como es natural, me honra, pues es un
valor
añadido, pero que, como casi todos los premios, sí
tiene su zona de azar y coyuntura.
Algunos críticos la consideran uno de los egregios
exponentes de la narrativa fantástica de las
últimas décadas en Cuba. No obstante, este
género ha sido innumerables veces subvalorado por algunos
sectores académicos y literarios. A su juicio,
¿esta opinión es una secuela de la preceptiva
artístico-literaria preponderante en las décadas
del sesenta y, sobre todo, del setenta, o se debe a otros
factores que trascienden las fronteras nacionales?
Entre nosotros, la disyuntiva entre el realismo y lo
fantástico a estas alturas debía estar reciclada
como la mayoría del papel que se empleó en esos
años. Aferrarse al unívoco valor de determinada
estética no deja de ser una equina
devoción por las antiparras, pero, ¡en fin!, tales
valoraciones, por suerte sectoriales, son misterios tan
respetables como la Santísima Trinidad o el
Triángulo de las Bermudas. Por mi parte, me permito
subvalorar el producto de algunos sectores académicos y
literarios, bueno, no de sectores sino de miembros de fila de
esos sectores que, por otra parte, tampoco aportan valores
intrínsecos a su propio quehacer en muchos casos.
Es bien sabido que todo tipo de literatura tiene su
público, su lector dispuesto a aceptarla. A creerla. Y no
solo cuando se trata de fantasmas. Yo,
por ejemplo, le di un voto de confianza a Sholojov aunque nunca
haya visto un cosaco.
Personalmente, no me englobo, con carácter transitivo, en la discutible
subvaloración del género, porque estoy segura de
que no produzco quimeras, sino literatura. Y si más
allá de las fronteras nacionales, el mercado reclama
realismo, pues no deja de ser un mercado cuyos cortos alcances,
lo hacen eso: fronterizo. Pero, mercado al fin, un
día cambia la moda y empieza a
usarse todo lo contrario. No lo considero sustancia seria para
tomar un camino u otro, si excluimos el inmediato pan nuestro de
cada día.
Respecto a las décadas que señalas, estimo que
ninguna preceptiva artística jugó un papel per
se; su aplicación fue un movimiento ciego de
autoritarismo proyectado no solo en el arte sino en
todos los aspectos de la vida nacional. Y si atentar contra el
arte es una estupidez, hacerlo contra la vida, es una
monstruosidad.
Sus indagaciones sobre lo fantástico y, en general,
sobre lo extraordinario, lo insólito, etc., se han
centrado básicamente en el borramiento de los
límites entre la vida y la muerte,
llegando incluso a cancelar las diferencias antonímicas
entre ellas. ¿Cuál es su fascinación por
este leitmotiv? ¿Considera que sus
búsquedas en tal sentido se han agotado?
Fascinación propiamente dicha, no siento ninguna, sino
una cierta atracción con guiño de ojos. Más
que la vida y la muerte, me
atrae la inasibilidad del tiempo, su fluir en círculo
cerrado, alimentándose de pasado y presente, caldo de
cultivo de un futuro que, como el horizonte geográfico,
siempre tiene una demarcación inasible e imaginaria. Por
otra parte, también he querido jugar con el lector el
juego de las
posibilidades. ¿Vemos un fantasma en una repentina
claridad o nebulosidad, o es que somos capaces de transformar ese
accidente físico en una visión? ¿Nos habla
el subconsciente, el yo acusador, o es el espíritu de la
parienta muerta? Eso, dando por descontado que no creo que haya
alguien que, en la duermevela de la canónica siesta
tropical, no haya sido invitado a entrar, alguna que otra vez, en
un cuadro o en un espejo. En realidad, pocas de mis
fantasías son concluyentes, dejo trazadas líneas de
puntos para que el lector escoja el camino. ¿Acaso el
valor o la heroicidad son temas más reales? Uno y la otra
también pueden ser espejismos, trasmutaciones del miedo.
Pero estamos hablando de literatura, donde todo es ficción
por muy inspirada que esté en la realidad. Y aquí
hay otros misterios. Tal parece que el tema que mejor se nos da
es la derrota, la visión de los vencidos. Porque la
invasión de Guatemala en
el 54 fue llamada por Asturias, con amargura visceral, un "week
end". Y le dio un libro inigualable. La invasión de Playa
Girón se liquidó en 72 horas y no produjo nada
similar. Como si América
Latina aún no estuviera preparada para cantar el
triunfo. Y eso me parece más digno de análisis que privilegiar una
estética o estigmatizar otra.
No sé si mis búsquedas están agotadas o
no; en realidad, siempre me ha parecido que esos temas me buscan
a mí. Y yo me dejo encontrar, sin que jamás haya
perdido contacto con mi realidad.
Evalúe la situación actual de la literatura
no realista en Cuba.
Anda un poco de capa caída y apunta más a
la ciencia
ficción que a los rejuegos sicológicos o
sobrenaturales. Pero existe e insiste. No puede obviarse la
creación de la postmodernidad
que busca locus lejanos, ficcionaliza personajes
literarios o figuras históricas, casi siempre menores para
poder
trajinarlas mejor, o aquellas que, por alguna razón,
impresionaron al escritor al hallarlas en el camino de sus
lecturas. Pero no veo esto como una literatura propiamente no
realista, que tanta invención demanda, sino
como un juego, un reflujo que solo busca lo creacional en
el lenguaje,
una especie de ejercicio de estilo que corre el riesgo de
quedarse en el reciclaje si se
toma como gimnasia
habitual. Puede ser también una especie de refugio para
los poco imaginativos o un asilo para quienes han agotado su
creatividad,
partiendo de la base de que los escritores, como los elefantes,
solo se retiran para morir.
Sin embargo, veo la influencia de la literatura no realista en
otros géneros y me refiero al periodismo, que
teóricamente debe estar basado en la más inapelable
objetividad. Como ejemplo te invito a fijarte un poco en las
notas necrológicas: nuestros personajes de la vida
pública no "mueren", sino que se limitan a "desaparecer
físicamente".
Ronda en el malecón y algunos cuentos de
Apenas murmullos tematizan frontalmente conflictos y
dramas de nuestra realidad más inmediata. ¿Fue su
propósito insertarse dentro de la literatura nacida de la
crisis
económica y ética de
los noventa?
No fue un "propósito". La inserción se
provocó automáticamente porque el conflicto era
colectivo, aunque se abordara de diferente forma, incluso con
intenciones objetivizantes. Pero yo lo sentí como un
mazazo en la cabeza y los cuentos que escribí entonces,
realistas por supuesto, me reflejan a mí misma en el
momento de la verdad, cuando se rompen los espejos y la
única posibilidad es bracear y saber que el valor que
tengas será el que tú mismo te des. Son cuentos
amargos. Escribirlos fue mi purga interior, mi limpieza sin cocos
ni yerbas. Ellos me ayudaron a asumir el planteamiento de uno de
sus personajes: estamos volviendo a empezar. Ahí
tienes: el eterno retorno.
Ya ves, la experiencia de publicar con largos intervalos se
alteró, pues ambos libros, con distinto sello editorial,
salieron en el 2005. Pues bien, resulta que, releyéndolos,
veo que algunos cuentos están mal situados, que
requerían aparecer en el otro libro. Es una falta de
pericia mía o una consecuencia del trabajo
solitario, de no consultar lo que hago, aunque en este caso, creo
que no hubiera dado a la editora Ronda., porque muchas
personas que lo leyeron me preguntaron cómo era posible
que no estuviera presa. Tal vez de oír una de esas
opiniones, a priori, me hubiera abstenido, pues aunque
he dicho que no le temo a las consecuencias de lo que escribo,
tampoco hay que exagerar. El saldo fue positivo para todos, ayuda
a despejar precisamente fantasmas de otras épocas,
"controles" que en este caso no sólo fueron descartados
sino que están muertos y enterrados. Y ojalá que
nunca resuciten.
Otros componentes que tipifican sus propuestas son el
humor, la ironía y el suspenso. Esto supone un riesgo si
se piensa que muchos escritores utilizan estos mismos recursos.
¿Cómo se las arregla para no incurrir en lugares
comunes?
El humor y la ironía se me dan solos, tal vez sean lo
que me toca del choteo criollo, y me complace dejar esa
constancia de mi pertenencia, de mi ser de aquí, por
encima del "aserismo" que es la marginalidad
vacua, despojada de lo que pueden ser sus valores como zona de
pugna y confrontación. El suspenso ya es cuestión
de maña, un propósito menos espontáneo en
pos del cual se trabaja. No creo que en esto haya riesgo:
algunos lo logran y otros no, pero no son recursos que se copien
o se pidan prestados. Supongo que de los lugares comunes se
encarga aquel "detector" de que hablaba Hemingway, que como
escritor no es de mis dioses mayores, pero esa es una de sus
citas citables. Y, por cierto, ¿no ves una
aproximación curiosa entre Hemingway y García
Márquez? La trampa que el yanqui dejó tendida a
sus seguidores, a aquellos a quienes no les preocupa incurrir en
lugares comunes. Esa noción de que basta el punto y
seguido para echar adelante un texto, resulta
como un monumento al telegrafista de Aracataca.
En varias ocasiones se le ha elogiado el manejo magistral
que hace del lenguaje. En
la nota de contracubierta de Apenas murmullos se comenta
su tendencia "a detenerse allí donde en apariencia no
florece la materia
narrativa. Como si buscara –y bien que lo
consigue– una especie de aristocracia de la
palabra". Pienso, por poner un solo y reciente ejemplo, en un
cuento como
"Muchacha en rosa" donde el verdadero protagonista es el
lenguaje.
Sobre la nota de contraportada no tengo mucho que decir pues
nunca trabajo sin una anécdota bien delimitada, al menos
para mí, para poder avanzar coherentemente en mi
propósito narrativo. Ahora bien, eso de la aristocracia de
la palabra, me encanta, me siento Cenicienta bailando con
el
Príncipe.
El lenguaje se vuelve protagonista por sí mismo cuando
se consustancia con la anécdota. En el caso de
"Muchacha…" el idioma jugó un papel dramatúrgico,
al establecer el contrapunteo de una vida brillante y regalada
con un destino trágico, lo que en teatro se
considera el conflicto. Es una recreación
sobre hechos históricos y la fabulación se refiere
a un personaje vinculado a la historia, cuyos
sentimientos, en definitiva, nadie conocía con la
profundidad tal y como yo me permití imaginarlos.
(¿Ves que una vez convertido en carne literaria, nada es
realmente real?). Algo similar ocurre con "Del viejo carnaval",
en que los personajes se diluyen en el calentar los cueros en una
calle santiaguera un día de sol endemoniado.
En general, el lenguaje me resulta tan importante que, algunas
veces, el primer escollo al ponerme a escribir es hallarlo,
convertirlo en una especie de burbuja en la cual me instalo para
que las palabras y sus más recónditos sentidos
fluyan y refluyan sin correr el riesgo de dispersarse a mi
alrededor, de volverse niebla. Solo quien escribe sabe lo
escurridizas, lo temperamentales que suelen ser las palabras. Y
máxime cuando se ponen en función
narrativa, cuando se les frustra, precisamente, la
vocación protagónica de ser solo ellas, un valor
literario en sí, sin más proyecto. Porque
ya te dije que trabajo anécdotas y si bien algunas toleran
o exigen una cierta evanescencia en un momento determinado,
siempre doy las claves, de manera que no salten en el
vacío o se conviertan en un rompecabezas. De ahí el
estira y encoge constante con el lenguaje, diluirlo o
concretarlo.
Para redondear mi respuesta, retomo tu pregunta y te repito
que si el lenguaje es protagonista en "Muchacha…" es por su
profunda imbricación con el tema, algo que trabajé
con esmero, porque, sea cual sea el resultado que otros vean en
mis cuentos, yo me tomo en serio el acto de escribir.
Una de las problemáticas más antiguas de la
Teoría
Literaria gravita en torno a la
naturaleza filosófica del acto creativo: si este es, por
un lado, resultado de una iluminación, de un estado de
delirio asociado a la divinidad; o, por el otro, si es resultado
del estudio y manejo consciente de los artilugios escriturales.
Para Ud., ¿el hecho literario depende más de la
inspiración o de la téchne, o de la
armoniosa combinación de ambas? ¿Bajo qué
condiciones escribe y cuáles son las principales
limitaciones o dificultades que debe enfrentar a la hora de
concebir un relato?
Necesito un punto de partida en qué apoyarme o que me
motive. Puede ser una idea más o menos completa, pero
también un gesto, una palabra, una sensación, una
emoción, un lugar. Llegan inesperadamente o se van
formando poco a poco, como si se mantuvieran en el subconsciente
esperando a que las llame o las necesite, o a que me descuide
para aflorar. Después entran a jugar los artilugios, pero
el esqueleto, la materia prima,
tienen que estar ahí para rellenar o desbastar.
En períodos de esterilidad me he propuesto escribir
como ejercicio. Y lo he hecho. Es algo horrible, pero como una
magia de simpatía, la maquinaria se engrasa y echa a
andar. En determinados momentos se producen "estados de gracia"
en que las palabras parecen fluir solas, incluso utilizo algunas
de cuyo significado no estoy muy segura. Después, en
frío, cuando las busco en el diccionario,
resulta que es justo esa la que encaja en el texto.
Creo que se combina todo, pero el resultado es más
oficio y raciocinio que cualquier otra cosa.
En general puedo decir que en mis comienzos el acto creativo
era más espontáneo o yo menos exigente. Recuerdo
que mi primer cuento antologado, "Nosotras", lo escribí de
un tirón y así se quedó. Mucho
después lo pulí un poco y es como aparece en
Casi todo. A partir de mi tercer libro, Castillos de
naipes, me enfrento a la agonía de las versiones y
versiones, y solo lo suelto cuando quedo satisfecha. Lo que
requiere entonces otra revisión, la que me garantice que
no ha perdido frescura con tanto llover sobre mojado.
¿Cuál es el télos de su
escritura, o sea, por qué y para qué
escribe?
Es una curiosa necesidad, que se agota en sí misma. Lo
demás, como es lo que pueda reportarme
económicamente, o en reconocimiento, me resulta un regalo
de Reyes. Me hubiera gustado mucho vivir del cuento, acumular
lauros, pero tal vez para consolarme me pregunto si es posible
disfrutar la felicidad cuando resulta consecutiva, inalterable.
Porque eso sí, yo identifico el acto de escribir y lo que
escribo con una forma de eso, de la felicidad.
Es muy curioso el hecho de que Ud. posee un pleno dominio
técnico del cuento, una ostensible madurez expresiva y
estilística y, sin embargo, no ha incursionado en la novela,
género que tiene incluso mayor demanda entre los lectores
de todas las latitudes. ¿Por qué?
La demanda no me inquieta, no es factor movilizador para
mí, nunca lo ha sido. Desde mis primeras clases de
Preceptiva, me apliqué el consejo dado a Fabio sobre "las
esperanzas cortesanas" y tal vez, para curarme en salud, lo apliqué a
mi vida, en todos los sentidos.
Ojalá que lo que escribo tuviera mucha demanda, pero yo no
voy a escribir para obtenerla. Eso no quiere decir que alguna vez
no escriba una novela. De hecho, ya tengo una casi terminada, que
no termino nunca, porque… bueno, porque siempre se me atraviesa
un cuento, que llama a otro y me reta a completar el libro. Es
que los cuentos atrapan en su propia esencia, seducen porque
desde el primer momento ya uno intuye cómo va a terminar y
eso parece simplificar las cosas, máxime porque la
experiencia demuestra que en diez o doce cuartillas se puede
lograr un buen propósito. Yo concibo el cuento como un
disparo certero y rápido que va del título al punto
final. Los recovecos sobran. Esta concepción me enfrenta a
problemas de
conciencia cuando
me desempeño como jurado de algún
concurso, si es que algún cuento tiene más
páginas de lo debido –lo que yo creo qué es
lo debido–, o hace transitar la anécdota hacia otro
derrotero disímil del apuntado inicialmente. El primer
impulso es eliminarlo. Pero dije que es cuestión de
conciencia, y entonces lo releo poniéndome en el lugar de
quien lo escribió y validando sus asideros
técnicos, su trabajo con el idioma, aunque este no sea mi
método
personal. Bueno, tengo la convicción de haber sido siempre
justa.
Entre La reja y Casas del Vedado median
dieciocho años; y entre esta última obra y
Castillos de naipes, quince. No obstante, sus dos
últimos libros vieron la luz en el 2005,
sin contar la reciente antología personal. Esta
irregularidad en cuanto a las publicaciones, ¿se relaciona
con la frecuencia con que escribe o con las posibilidades
editoriales con que ha contado? ¿Tiene esto que ver con el
denominado eufemísticamente "quinquenio gris"?
Entre La reja y Casas. medió el
quinquenio gris. Yo escribía pero no molesté a
ninguna editorial porque ya sabemos que no querían saber
nada de lo fantástico –por evasivo,
pequeñoburgués, contrarrevolucionario y otras
muchas cosas. Después de Casas. vino un
período de mucha actividad periodística en que tuve
poco tiempo para pulir lo que escribía, aunque a cada
país que iba cargaba con todos los originales. Pero, en
general, nunca, ni siquiera ahora, me he podido dedicar por
entero a la literatura. Puedo decir que las editoriales siempre
han sido y son receptivas, más aún, siento las
puertas abiertas, algo que mucho agradezco pues me
resultaría imposible andar con mis libritos por ahí
a ver quién los quiere. Pero, de todas formas, escribir ha
sido y es para mí un acto de delectación, una forma
de conversar conmigo misma, hasta un refugio. Y si bien solo
tengo cinco libros publicados, bueno, seis, incluyendo la
antología que lo contiene "casi todo", soy muy exigente a
la hora de dar por publicable un cuento, de ahí que el
montón de inéditos que guardo no lo brinque un
chivo.
¿Qué puede decirme sobre este periodo a
propósito de los debates actuales acerca de la
política cultural implementada en esos años?
¿Tiene alguna historia que contar?
Mi historia está contada. Escribí sin
esperanzas, sin editores pero sin amo, y un día se
abrieron las puertas y se cerró el quinquenio más
largo de todos los tiempos. Respecto a los debates, el mejor
resultado que veo es el sacar a relucir el problema, tan pronto
algún diablo asome su pata peluda, y analizarlo
honestamente para que no se repita. La dosis de catarsis y de
reinvención que inevitablemente los acompaña, son
florituras que se diluyen en el valor en sí que tiene la
confrontación. En mi caso, por haber vivido todas las
etapas, asisto al hecho mágico de presenciar una vieja
película que, en ocasiones, muta y se renueva, demostrando
que el pasado puede ser imprevisible. Pero el caso es que, en el
fondo, la cosa funcione, no importan los personajillos que se
suban al escenario.
¿Qué sucedió con el poemario
Así era con el cual obtuvo una mención en el
Concurso "Julián del Casal" de la UNEAC en 1978?
¿Qué parentesco ha tenido con la poesía?
En principio, por ser una Mención, la editorial
debía publicarla, so pena de subestimar al jurado que la
concedió. Pero como el tiempo pasaba y pasaba,
decidí preguntar qué ocurría. Tras muchos
tapujos, me hicieron llegar una opinión descalificadora,
de la cual lo único que recuerdo es que mis poemitas de
amor, pues
eran cortos y de amor, "no tenían telón de fondo".
Parece que esa ausencia escenográfica se le escapó
al jurado, cuyo presidente, Cintio Vitier, al entregarme el
premio, me felicitó porque "a él y a Fina les
había gustado mucho el libro". Para colmo, nunca me
devolvieron el original.
Debo decirte que un poeta tan exigente como Mario
Martínez Sobrino, me alentó a enviarlo al concurso,
y que otro lector del libro inédito fue Agustín Pi,
quien me dedicó una cariñosa crítica
epistolar que me disponía a incluir a manera de
prólogo. Años después, me propusieron
editarlo en una universidad de
Estados Unidos
y también en la misma Unión, pero como diría
un mexicano, "ya no le hacía".
No obstante, no cayó en el vacío absoluto. La
talentosa actriz cubana, Georgina Almanza, incluye en un
espectáculo unipersonal, nada menos que traducido al
esperanto, uno
de esos poemas, y he
sentido la orgullosa emoción de ver que el público
primero sonríe por la ironía diluida en el tema (el
de una joven esposa que juega al día en que ella se muera
y él regrese a la casa vacía) y después
aplaude con entusiasmo.
Respondiendo a la otra parte de tu pregunta, aparte de un ex
esposo poeta, mi parentesco con la poesía ha sido muy
curioso: cuando escribía a máquina, era cercano; a
partir de la
computadora, lo perdí. Seguramente un atavismo de
Erato.
¿Cómo valora Ud. la recepción
crítica de su obra y su aceptación general entre
los lectores?
En general he recibido tantas muestras de estimación,
que me siento gratificada. Críticos como Redonet,
Garrandés, Amir y Sardiñas, me conocieron
personalmente mucho después de leerme y me salieron al
encuentro con bellas palabras de elogio. ¿Te das cuenta
del valor que tiene hacer amigos basados en tu literatura y no
hacer literatura basada en tus amigos? Me asombra y fascina la
cantidad de jóvenes escritores, especialmente en
provincias, que me conocen. Y, de cuando en cuando, entre el
público que asiste a alguna lectura o
presentación surge alguien que me conmueve con sus
palabras. Son cosas espontáneas que me parecen excelentes
indicadores
para quien, como yo, no es muy sociable literariamente hablando.
Y, al respecto, quiero contarte que recientemente, en un
encuentro en Pinar del Río, el ensayista matancero Alberto
Abreu me sorprendió diciéndome que si antes no
había hablado conmigo era porque yo daba la
impresión de ser inaccesible. El escritor Jorge
Ángel Pérez fue más sintético:
"siempre me pareciste pesada".
Por supuesto, no todo es miel sobre hojuelas. Y te confieso
que sentirme ignorada por algunos –y utilizo el plural
académico, el que engloba los dos géneros– me
causa tanto dolor que me he propuesto llorar por esa causa al
menos medio minuto cada tres meses. Pero me pasa como con la
novela, siempre lo dejo para después.
¿Qué opinión le merece la narrativa
joven cubana? ¿Qué autores le llaman la atención?
Me parece que es abundante y prometedora. He participado como
jurado en muchos concursos y puede decirse que, en general, los
jóvenes ya salen a la palestra sin vacilaciones
estilísticas, con un buen nivel de idioma, aunque la
temática, algunas veces, me ha dejado la impresión
de un coro de solistas mirando la misma partitura. Me parece que
lo que más les falta es vivir. Algo que van a lograr por
sí mismos, sin recetas, sin boinas o melenas. Y sin darse
cuenta.
Me llaman la atención muchos, admiro a unos cuantos,
algunos me parecen llamados a elevarse, por su condición
de globos, pero no me hagas decir nombres.
Hábleme de los proyectos
literarios en los que está enrolada actualmente.
Acabo de terminar otro libro de cuentos, más
experimentales. Sin querer, me vi inmersa en el juego con
personajes de otros tiempos. Bueno, tal vez haya sido un contagio
natural. En mi caso, todos están muertos y se relacionan
en el Limbo, ese privilegiado lugar de las postrimerías
católicas. Preparo también una especie de manual sobre el
guión radiofónico que se ha ido estructurando sobre
las clases que imparto esporádicamente sobre el tema. Tal
vez le dé el jaque mate a la dichosa novela y
seguiré escribiendo hasta que me muera. Y aún
después, para darte la razón en aquello de que
borro las demarcaciones de tiempo y espacio o de vida y
muerte.
Para finalizar, resuma en una frase su principal lema
literario.
Nunca se me ha ocurrido uno y, aunque ahora puedo inventarlo,
no sería auténtica… Mira, tal vez eso sea,
más que un lema, un propósito válido que
siempre he tenido en cuenta: la autenticidad.
Autor:
Antonio Cardentey Levin
Antonio Cardentey Levin (Moscú, 1980) recién
obtuvo el título de Máster en Filología
Hispánica en el Instituto de Lengua,
Literatura y Antropología de Madrid.
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